(Extracto de la entrevista realizada en el año 2011)
Quizás no creas mi historia y atribuyas todas mis confesiones al uso y abuso de ciertas sustancias a las que somos aficionados. No negaré que me gusta el alcohol, sobre todo por la mañanas, antes del desayuno. Los brebajes de alta graduación del hombre blanco me permiten olvidar las pesadillas que me acosan por las noches. Si mi historia es fruto de esa afición, júzgame culpable y confía en que todo lo que crees saber es cierto. No me importa lo que creas.
Nací en la isla de Jueves, en el estrecho de Torres, una franja de agua que divide las tierras que vosotros conocéis como Nueva Guinea y Australia. En aquella época no contábamos los años aún como el hombre blanco, pero calculo que era el 1890. No tuve una infancia diferente al resto de los niños de nuestro poblado. Nadábamos, pescábamos y poco a poco aprendíamos a ser adultos. Siempre sentí que aquel no era mi lugar y las primeras pesadillas aparecieron entonces. Un lugar frío, silencioso donde, sin embargo, oía mi nombre: Mabo Anu, Mabo Anu.
Esa inquietud me hizo explorar entera la isla de Jueves e, incluso, aventurarme más allá. Conocí a los hombres blancos que navegaban esas aguas en canoas de metal, pero no tuve miedo de ellos porque yo conocía el rostro del verdadero terror que todas las noches venía a susurrarme al oído mi nombre. Mis padres, los hermanos de mi padre y sus vecinos me apremiaban para que abandonara mis vagabundeos, buscara la compañía de una pareja y asentara la cabeza. Lo intenté, de verdad que lo intenté, pero el cálido abrazo de una mujer por las mañanas no hacía desaparecer las pesadillas. Fue, en aquella época, cuando empecé a amortiguarlas con bebidas fermentadas con los frutos locales.
Cuando los reclutadores del hombre blanco llegaron a las islas en 1914 pidiendo voluntarios para combatir en la guerra contra otros hombres blancos, no lo dudé. Aquella no era mi guerra, pero quizás aquellos demonios eran los que me llamaban por las noches. Si los eliminaba, desaparecerían. Era 1914 y pasé largos meses instruyéndome en el arte de matar con cobardía, a distancia, con palos que golpeaban tanto a la víctima como al agresor. No fui muy bueno, pero los oficiales vieron en mí el potencial de un buen mensajero de guerra: joven, ágil y de largas y resistentes piernas. Así fue como llegué a Galipolli, tras una larga estancia en un lugar llamado Egipto, pero desconozco quién se molestó en dar nombre a un puñado de arena.
Llevaba ya varias semanas esquivando a la muerte en la tierra baldía de aquella endemoniada península cuando recibí la orden de cruzar las líneas turcas y alcanzar la playa más al sur. No era la primera vez que hacía ese recorrido, pero fue la última. A medio camino, mientras me deslizaba por una ladera vi una agujero que interprete como el principio de una trinchera abandonada. Sólo quería entrar, recuperarme un poco y continuar, pero sólo recuerdo haber entrado. No recuerdo nada de lo que pasó después.
[…]
El 1 de Enero del 2000, vosotros, los del BPRD, me encontrasteis en medio del desierto australiano con un círculo a mi alrededor de unos 500 pasos de radio con el todo el terreno chamuscado. Yo estaba ileso, desnudo y desconocía qué había pasado. Recordaba la isla, mi gente y la batalla, pero no recordaba nada más. Para mí ese periodo sólo fue una pesadilla más donde veía el silencioso espacio con los que no deben ser despertados esperando a que alguien respondiera a su llamada y mi nombre susurrado por criaturas que no podía ver. Me investigasteis, durante diez años habéis estado buscando pruebas de que os mentía, pruebas de que mi historia no era cierta. Y me consta que creéis que las habéis hallado.
Hay fotografías de alguien parecido a mí en diferentes lugares de la Tierra, pero no tengo ningún recuerdo de ellas, ni de qué podía estar haciendo allí. Dudo que sea yo, quizás sólo sea alguien que se parece a mí…
[…]
Hace un año, en el 2010, decidisteis dejar de considerarme un invitado y darme la oportunidad de ser un agente. Me llamasteis Sr. Port y el cambio de estatus ha sido agradable, no lo negaré. Soy un torrentino y las paredes del BPRD me oprimían como no podéis imaginar. Salir al exterior, aunque sea un instante, y enseñar mi fea jeta al mundo es agradable, pero eso no me ha hecho mejorar. Sigo sin recordar donde estuve todos estos años y las pesadillas no han desaparecido…