Pathfinder: Nightstorm (III)


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05/05/2019. Pathfinder. Juan (DJ), Leo (Hanka), Germán (Debra), Scott (Kravin), JC (Karil), Sento (Englier)


Poco tiempo había pasado desde la charla con Chaetar Gee sobre la visión con Murtillai, en la que le reveló en un sueño que sus compañeros espíritus habían desaparecido y que solo nosotros 5 los haríamos aparecer, haciendo un ritual para el que necesitábamos varios ingredientes.

Habíamos ganado el derecho a conocer al Rey de los mendigos en un campeonato de hututu, así que nos dirigimos al barrio de los artesanos con Drysu, nuestro guía, llegando a lo que mucho tiempo atrás debió de ser un templo. No quería que el Rey se enfadara con él por habernos llevado en su presencia, así que cerca de la puerta, se despidió de nosotros y desapareció.

En la puerta del templo habían dos personas pidiendo limosnas, pero no engañaron a nadie, estaba claro que se trataba de vigilantes del lugar, así que manifestamos claramente que queríamos hablar de negocios con el Rey. La negociación fue complicada, sobre todo por la parte de dejar las armas en la puerta, pero al final hubo acuerdo, y menos mal, porque en cuanto tuvimos el permiso para traspasar la puerta, vimos que esos vigilantes tenían demasiados amigos escondidos, prestos a colaborar en la defensa del «palacio» si alguien intentara entrar a la fuerza.

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Ya en el interior vimos que habían unas 50 personas, y que dentro del desastre, había cierto orden. Los mendigos que allí se refugiaban tenían alcobas, habían vestimentas, armas,… La antigua capilla central era el lugar de descanso de multitud de mendigos, unos dormían, otros comían, otros jugaban,… y en medio de ellos, en una especie de trono, se encontraba un hombre muy grueso con dos mujeres a sus lados, estaba claro que se trataba del Rey.

El Rey nos examinó, y el examen fue mutuo, rápidamente nos dimos cuenta que era tan tonto como feo, pero eso no le restaba poder ni peligro. Intentamos congraciarnos a través de una de sus concubinas, Astrid, la cual se quejaba de dolores de cabeza, dolores fingidos tal y como pudo comprobar Debra. Nada se nos ocurría que pudiéramos ofrecer al Rey, nada excepto la verdad, decidimos sincerarnos, y funcionó, estaba dispuesto y emocionado con ayudarnos, es más, ordenó una cena para celebrarlo esa noche.Dormimos en el suelo como pudimos, esperando el amanecer y nuestra recompensa, una sábana llena del sudor del Rey que nos fue entregada por Astrid por la mañana.

Al salir empezaron los problemas, la maza de Englier no estaba donde la había dejado, la habían cambiado por una burda copia, por suerte, gracias a las habilidades en «compra de materiales especiales» de Hanka, Englier pudo recuperarla en una tienducha de armas, donde además de pagar por su maza, le tocó pagar por un tarro para la sábana del Rey (no fuera que el sudor se evaporara), y unas botas de velocidad, o eso pensaba él desde el último puesto de la fila de aventureros donde solía estar siempre. Por lo menos tuvo suerte y para compensar, Karil le grabó una runa con el nombre de Halav en el mango de la maza y Kravin se ofreció a ponerle una marca de seguimiento en cuanto tuviera tiempo.

Con el sudor del Rey en nuestro poder tocaba buscar el polvo de dientes de gran serpiente blanca, que parecía más sencilla, pero no, por mucho encantador de serpientes que vimos por las calles nadie sabía nada de grandes serpientes blancas. Viendo que con los encantadores no había suerte, decidimos probar con los cazadores de serpientes, los que las suministraban a los encantadores.

En medio de la noche, con todos descansando, pasó lo inesperado, unos ninjas entraron en nuestras habitaciones pillándonos a todos durmiendo solos, en habitaciones separadas y desequipados. Pese a ir armados únicamente con su camisón, uno a uno fueron cayendo los extraños atacantes, excepto el de Debra, al que ella consiguió inmovilizar para interrogarlo, pero que cuando volvió de ayudar a sus compañeros encontró muerto, en teoría por muerte natural. Se trataba de kirtantas, y según el posadero estaban condenados a muerte.

Englier ni se molestó en hacerles un ritual a los kirtantas muertos, le entregó dos monedas de oro al posadero y le dijo que se ocupara él de hacer desaparecer los cuerpos, pero no antes de que Karil dejara una nota en sus cuerpos en la que decía “Irila tiene fama de no pagar sus encargos. Englier”.

Fuimos a ver a Bhar-yawah, el famoso cazador de cobras, quien contó que en el palacio había una, aunque pensaron que sería mejor si se dejaban de líos y la buscaban en el campo. Negociaron el precio de la expedición, estaba claro que los quería estafar pero Karil era un duro adversario, así acordaron tres días de búsqueda y si al final de esos tres días el resultado era negativo no cobraba. Tras el pacto, partimos.

Al final del primer día dimos con lo que parecía un agujero de serpiente, solo se podía acceder a rastras, así que Yawah envió la mangosta que llevaba al interior. Pasó más tiempo del debido sin que el bicho volviera, así que el triste comerciante entró a por ella, estaba claro que era lo suficientemente importante para el hombrecillo como para arriesgar su pellejo por ella. Momentos después oímos gritos de «¡mi pierna, mi pierna!» lo que hizo que todos menos Englier, que ni se inmutó con los gritos del cazador, entraran corriendo en la gruta en busca de Yawah. A los 80 pies el conducto daba a una gruta un poco más grande, en ella estaba Yawah en un lado con una pierna en posición un tanto extraña, avisando que habían serpientes, que llevaran cuidado. Lo salvaron sacándolo de la gruta, y en agradecimiento confesó que sólo hay un sitio en el que vivan serpientes blancas, una zona vigilada por una secta que las adora y que difícilmente permitiría que les hagan daño.

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El objetivo estaba claro, así que allí nos dirigimos, llegando a una explanada con un gigantesco árbol en medio, rodeado por un gran círculo de gente sentada en trance mirando el tronco, alguno incluso tumbado en el suelo, todo ello era observado por cientos de personas, de los que alguno pasaba a formar parte de los próximos al árbol cada cierto tiempo. Entre el tronco y el primer círculo de gente, las grandes serpientes blancas, las hijas de Hautama.

El ritual era muy curioso, de repente uno de los hombres en trance dejaba de respirar, se desmayaba, eso lo aprovechaba alguna de las serpientes, que lo capturaba y lo arrastraba hasta el resto de serpientes para que todas pudieran echarse encima de él. Este momento era aprovechado por alguno de los que estaban en trance, echaba a correr esquivando las hambrientas serpientes, trepaba al árbol, pasaba algo arriba, cambiaba su semblante, descendía tranquilamente y volvía a sentarse otra vez en el círculo interior del rito. En la copa del árbol se suponía que residía el espíritu de Hautama, siendo las serpientes sus hijas, su manifestación terrenal.

Con tanta gente mirando decidieron hacer la aproximación desde lejos, Karil se subió a un árbol intentando ver lo que había en la copa, sin suerte. La siguiente en probar suerte fue Hanka, que desde el árbol disparó una flecha y mató a una de las serpientes, y cuando todos estaban preparados para huir, vieron que todos los espectadores callaban, murmuraban «se ha muerto, se ha muerto,…» y al momento seguían con el ritual como si nada hubiera pasado. Hanka no se lo pensó, corrió como si fuera a subir al árbol, simuló que caía, cortó la cabeza a la serpiente muerta y salió del círculo (1).

Volvimos a la ciudad, ya tenían los dientes de serpiente blanca, faltaba localizar a Amarrabati.
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En el templo Englier usó su diplomacia habitual (sin su éxito habitual) para hablar con uno de los monjes, pero éste le ignoró. Hanka tuvo más suerte, el monje le contó que Amarrabati se había ido a las afueras de la ciudad a atender a los enfermos de Bashta, una enfermedad parecida a la lepra y muy contagiosa que provoca la muerte. No esperaban su regreso ya que la enfermedad es incurable, por lo visto se quedará allí, para siempre, a cuidarlos.

Y por ahora esto es todo lo que ha pasado.

 


(1) Tiempo después averiguamos que ningún Dios residía en la copa del árbol, sino que estaba poseído por un espíritu que atraía a los humanos para que las serpientes los mataran y así poder alimentarse con la sangre que impregnaba sus raíces.

 

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