12/05/2019. Leo (DJ), Sento (Jane), JC (Mathew), Juan (Steven), Scott (Mike)
Jueves 12/11/1987
De buena mañana nos convocaron a todos los que estuvimos en el teatro a una reunión en la Comisaría, querían hacer una especie de interrogatorio masivo que fue dirigido por un tal Theodore Roosevelt, miembro del comisionado de la policía de New York. Extrañamente la cosa funcionó, pregunta tras pregunta, entre todos los que allí estábamos fuimos reconstruyendo todo lo sucedido ese día en el teatro, desde quienes dieron los parlamentos, en qué orden, cuando se desmayó la gente, que pasó después, las carreras, el barco,…
El único fallo fue el de destacar, consultando mis apuntes pude responder una pregunta que nadie recordaba, Rooselvet se percató de mis notas y me preguntó si era periodista, mi confirmación me consiguió una entrevista en privado con el comisionado. En la reunión privada me recordó que todo lo sucedido en el teatro era un asunto de seguridad nacional, y que por ello quedaban prohibidas todas las publicaciones bajo pena de traición, vamos, que el mejor reportaje de mi vida tendrá que esperar a que todo pase (o eso espero).
De todos los que participamos en el interrogatorio, siete fuimos advertidos de la posibilidad de que se pusieran en contacto con nosotros posteriormente, justo los siete que más cosas conseguimos recordar, y no tardaron mucho en hacer efectivo ese aviso, sobre las 19:00 horas, ya anocheciendo, una calesa con dos policías se presentó en casa de cada uno de nosotros para llevarnos al barco alemán que estaba en el puerto.
Al llegar vimos que en el muelle habían montado un hospital de campaña bastante precario, en él, muchísimos agentes de policía estaban recibiendo atención médica. El espectáculo era dantesco, había heridos de todo tipo, con falta de miembros, con daños por zarpazos, algunos incluso parecían haber perdido su mente.
Intenté hablar con alguno de los heridos, pero no había manera de que recordaran exactamente lo sucedido, solo recordaban muchos cuerpos y mucha sangre. Mike, el detective, intentó lo mismo con idéntico resultado.
Mientras nos acercábamos a la orilla del muelle vimos discutir a los comisionados, no supimos por qué, pero tampoco nos dio tiempo a preocuparnos en exceso, un grupo de agentes se había separado del grupo, estaban cogiendo grandes tablones y colocándolos desde el muelle al agujero del barco a modo pasarela. Al frente del grupo estaba O’Hara, y a su grito de «¡Cargad!», todos echaron a correr porra en mano, solo uno de ellos parecía llevar un fusil.
El resultado fue desastroso, momentos después oímos multitud de gritos agónicos y cuando parecía que no podía ser peor, de la parte superior del barco salió despedida la parte superior del cuerpo de O’Hara. Todos seguimos el cuerpo con la vista menos Steven, el agente de policía, quien quedó atrapado mirando en medio de la oscuridad unos ojos amarillentos muy grandes justo desde donde había salido despedido O’Hara.
Theodore se fue de la orilla del muelle y justo en ese momento se produjo una explosión en el barco, se oyó el ruido de algo muy grande cayendo al agua, pero fue imposible verlo entre el fuego y el humo. Por lo visto los chicos de O’Hara guardaban un último naipe en su mano.
Creíamos que todo había acabado cuando Theodore Roosevelt apareció con cuatro militares, nos reunió a todos los allí presentes y nos dirigió una arenga sobre nuestro deber supremo para nuestro país, un país que necesitaba voluntarios que subieran al barco y lo tomaran. Un discurso como nunca había oído que hizo que nosotros siete, junto a otro grupo más de asistentes al teatro que no sabía que también habían sido convocados, nos presentáramos voluntarios para entrar con los cuatro militares.
Planta tras planta pudimos ver que el barco era muy lujoso, que estaba todo en orden y que no parecía haber muerto ni daño alguno. Un militar nos llevaba directamente hacia el agujero, cuando al pasar por la cocina, encontramos un saco de arpillera, en su interior la daga del ritual y varias máscaras de la peste de las que vimos en el teatro. La daga no parecía la mejor arma del mundo, pero como tampoco era una experta en el tema, decidí guardármela por si acaso. Junto a la daga también encontré un diario, de un tal A., más que un diario era un registro de actividad de alguien que había recorrido mucho mundo, en la última entrada, interrumpida y con una mancha de sangre, decía «Me preocupan los hermanos Carmody, los Harvey no cooperan con el doctor Roades de Miskatonik, la madre está allí, estoy seguro de que es uno de los enclaves. Sin solo pudiera conseguir que los Carmody colaboren, son sensibles, tendré que enviar a Ambrose. Arroyo aguas negras (subrayado). El siguiente paso será…” paso que nunca leímos porque lo tapaba un manchón de sangre. No hubo manera de saber la fecha de la publicación, el diario casi no tenía fechas, y la última entrada no fue una excepción.
Guardé el diario en el bolso justo a tiempo para ver que la cocina terminaba en un boquete por el que los soldados lanzaban una cuerda y descendían. Creí que me quedaría sola, de ninguna manera pensaba bajar a la planta inferior por un sistema tan impúdico como el de abrazar una cuerda, menos mal que no fui la única en pensarlo, sin necesidad de hablarlo, mis compañeros ya habían iniciado el descenso por la escalera.
Al final de las escaleras encontramos a los soldados, los habían atacado, cuando vi a los agresores estuve casi segura de que se trataba de los tipos con máscaras del teatro, llevaban petates, tenían heridas previas y estaban tratando de huir por el agujero, sin demasiada fortuna, los soldados tenían orden de abatir a todo aquello que vieran en el barco, y los de la máscara no fueron una excepción.
Limpia de elementos hostiles la planta (expresión que oí usar a uno de los soldados y que no pude evitar anotar para un futuro artículo), los soldados repitieron la operación, lanzaron una cuerda, hicieron señales en morse en dirección al muelle informando que no había bajas, que seguían y que no tenían noticias de Booker, y descendieron a la planta inferior. Aprovechando el impás, Steven entró en uno de los camarotes, el cuarto estaba muy sucio, en la cama había manchas de sangre, como si hubiera dormido en ella alguien con llagas por su cuerpo.
Volvimos a oír disparos, de los supervivientes que nos acompañaban murieron dos, uno murió a manos de su compañero (gracias a Mike) y el otro a mano de un ocultista, que fue abatido entre Steven, Mike y Mathew.
Bajamos las escaleras llegando a las bodegas, donde vimos que dos soldados habían muerto. Los otros dos nos dijeron que había una situación con rehenes en la planta inferior. Mike y Steven se asomaron al agujero, consiguiendo una de las peores visiones de su vida, en la planta inferior había una semiesfera hueca hecha a base de cadáveres, como si ramitas de un nido se tratara, solo que eran cuerpos humanos muy desmembrados. Además de la visión, también pudieron oír justo bajo de ellos, en la zona que no tenían visión, a alguien cantando una especie de letanía, era algo similar a lo que cantaba Blackwood en el teatro.
No quedaba más remedio que seguir descendiendo, así que llegamos a una carbonera donde una máquina gigantesca ocupaba toda la visión, era uno de los motores del barco, que tenía varios pisos ¡llegaba hasta el techo de la planta!
No tuvimos tiempo de mirar con detalle el motor, oímos unos tiros que acabaron con uno de los soldados y puede que con alguien del barco, aunque no lo teníamos muy claro. Entre el cántico que continuaba y unos arañazos de algo enorme manchados de sangre a la altura de nuestras cabezas, el terror que sentía era el mayor que había sentido jamás. No era capaz de entender como los soldados eran capaces de superarlo y continuar en su avance, yo solo fui capaz de esconderme y desear que todo acabara pronto.
Mi prudencia duró poco, mi espíritu periodista se superpuso al instinto de supervivencia, y poco a poco fui avanzando por las sombras del enorme motor hacia donde provenían los cánticos. Los soldados hicieron lo mismo, ellos por un lado y Mike y Steven por el otro. Mathew se quedó vigilando la retaguardia.
Otra vez atronaron disparos en la bodega, el último soldado murió, al verlo, el asistente al teatro que quedaba huyó, aunque sin conseguirlo, lo que debió de ser un brote de locura lo paró en seco y le hizo cargar como un loco contra el enemigo del otro lado del motor. Al llegar al otro lado del motor encontré a Holmes con un fusil y varios hombres con máscara muertos, junto a ellos un escritorio, una librería y muchos papeles. Nada se veía tras el escritorio, solo una empalizada que ocultaba la especie de nido infernal que habíamos visto desde arriba. No tuve que preocuparme por mi escondite, Holmes duró poco, Steven y Mike lo abatieron rápidamente, sin embargo, en el suelo, agonizando, lo que nos gritaba era «¡huid!»
Mathew buscó en el despacho de Holmes, encontrando un par de notas muy importantes y un mapamundi con anotaciones tan interesantes como confusas, con un solo vistazo vimos que llevará muchas horas de estudio desentrañar todas esas anotaciones y que aquél no era el momento ni el lugar.
Los cánticos estaban en un crescendo, todo estaba muy oscuro, prácticamente no se veía nada, avanzábamos guiados por el oído en dirección a la fuente del ruido. La poca luz ambiental nos permitía ver que todo al rededor era carbón y cadáveres, era una suerte que aquello no estuviera iluminado y que no pudiéramos percibir detalles. Por fin llegamos a un espacio ancho en cuyo centro, formando un círculo, se encontraban CC Blackhood, Ambrose y un par de hombres con las máscaras de la peste, en el centro el que cantaba, era Booker, pero es una versión de Booker mucho más vieja.
Booker parecía brillar, nadie parecía verme, tenía la cámara de fotos de Mike, era el momento de intentar retratar ese nido maligno, todo ese mal, para que nunca fuera olvidado, y para que mi periódico se diera cuenta de la suerte que tenía de tener una reportera de mi calidad entre sus empleados. De repente una sensación de mal inminente y el ver como Booker comenzaba a brillar, forzó a actuar rápidamente a mis compañeros que abrieron fuego. Hirieron a CC Blackwood, mataron a Ambrose y cuando le tocaba el turno a Booker, explotó en una onda de luz, que al atravesar a los hombres que le rodeaban hizo que viéramos su verdadera identidad, aquellos seres no eran humanos.
La luz me atravesó, perdí el conocimiento y por fin desperté en mi cama de esa horrible pesadilla.
Era un maravilloso domingo 15 de enero de 1992, la pesadilla me había dejado un mal sabor de boca que ni la mejor de las tostadas con crema de cacahuete conseguía quitarme. Al final descubrí el problema, no lo había soñado ¡lo había recordado! rápidamente subí al ático, donde guardaba las cajas con los recuerdos de mi época de soltera, allí, en una pequeña caja encontré el diario, la daga, dos máscaras y mis dos mejores fotos nunca hechas ni publicadas, una del teatro y otra del nido de cuerpos.
No tardé ni dos horas en averiguar los teléfonos de Mathew, Steven y Mike. Mathew y Mike habían tenido el mismo sueño y habían recordado todo, Mathew incluso había encontrado el mapa con las notas, sin embargo, Steven no recordaba nada, y era un problema, porque yo si recordaba que él había guardado las notas de Blackwood y Ambrose.
Estaba claro lo que había que hacer, había que reunirse y recordar todo lo que fuera posible ¡y algo había que hacer con Steven! pero sería otro día, ya eran las 21:00 y el que entraba por la puerta era mi maridito.