Arthur Guinness, descendiente de cerveceros, genio que en 1759 alquiló por 9.000 años una fábrica abandonada en St.James Gate, a las afueras de Dublín. Este genio inició en ese año la elaboración de una cerveza distinta a las habituales, elaborada con la mejor cebada tostada y malteada (scout), obtuvo una cerveza más oscura y rica, con una espuma cremosa y un sabor especial, Guinness, mi diosa…. «Guinness, my Goodness».
En esa fábrica, aunque parezca mentira, todavía hoy, se fabrica toda la Guinness que se bebe en el mundo (y que es una barbaridad).
Sobre esta cerveza hay multitud de rumores y “leyendas”, se dice que si bebes Guinness no necesitas comer, que alimenta igual que un filete. En Dublín circula la creencia de que el agua utilizada para la Guinness procede del río de la ciudad, el Liffey, pese a que la firma asegura que viene de las montañas de Wicklow. Otro rumor es que una pinta en Irlanda saber mejor, muchos creen que la cerveza es mejor en Eire que en cualquier otro sitio, la empresa ha hecho pruebas de todo tipo, pero la gente no se deja convencer tan fácilmente, además que quieren probar, ¡si todo el mundo sabe que allí sabe mejor!, por eso a cualquier hora puedes encontrar gente consumiendo Guinnes dentro de los pubs, ya se sabe, como dice el proverbio popular “Dentro del pub no llueve”, seguramente sea es el motivo de que a toda hora estén abiertos y siempre haya alguien con una pinta de Guinness en la mano dispuesto a dar rienda suelta al arte que mejor manejan los irlandeses, el de la conversación.
Por último quiero añadir que la Guinness no se sirve de cualquier manera, si no se sirve correctamente no es lo mismo, y la mejor descripción que he encontrado es la de Pablo González:
EL primer chorro de Guinness debe caer con un ángulo de 45 grados sobre la pinta hasta llenar tres cuartas partes, se deja reposar en la rejilla de la barra y el efecto de la espuma en el cristal es muy parecido al de la lluvia deslizándose por las ventanas. Adquiere su color negro poco a poco, pero el bebedor sin experiencia no puede cometer el error de apropiársela todavía. Para beber también hay que tener paciencia, aunque ese minuto químico sea eterno para el sediento.
Llega el toque final, ahora con la pinta recta y un delicado toque de grifo que para los barman más acróbatas termina con la floritura de un trébol, el símbolo de San Patricio sobre una cabeza blanca y sin burbujas. El milagro de la perfección suele terminar con un bebedor imperfecto, que se muestra a la concurrencia con un bigote de crema alcohólica. Una pena.
Bueno, brindemos por un Barrilungo impresionante, visionario, innovador y genial, ¡¡por Sir Arthur!! ¡¡¡Slontcha!!!