Los Barrilungos en Yatová (Las Rolilungas)


Logo BarrilungosEran las cinco de la tarde, viernes, el sol valenciano caía con justicia en aquella tarde de Noviembre cuando seis caballeros, seis, zainos, astifinos y barrilargos se acercaron a la abarrotada plaza. Se mascaba en el ambiente la tensión y el hambre cuando los seis apoderáronse de dos carros tras feroz lucha con otros carros que allí pastaban y con un domador de estos que casi suelta toda su larga manada contra sus personas.

Ascendimos por una rampa deslizante que a las pocas horas (el domingo) echaríamos mucho de menos, pero no adelantemos acontecimientos. Los seis caballeros, con esmero y una lista, vagaron por las huertas, sembrados, frutales, cuadras, cochiqueras de aquel Campo tan bien provisto. El hambre, la inexperiencia y la falta de visión hizo que nuestros avezados cazadores creyeran que era necesario llenar los carros hasta arriba para poder salir de aquel lugar. Los otros visitantes también los llevaban llenos, así que no supusimos que no se pudiera hacer. Eran muchas vituallas, pero, pardiez, ¿éramos o no éramos barrilungos?

Partimos de aquel lugar de provisión tres carruajes y seis barrilungos, pero a Yatová llegamos sólo con dos carruajes con cinco de nuestros ilustres miembros. ¿Qué había pasado con maese Sexto? ¿Perdido se habría en aquellos caminos retorcidos de la montaña valenciana? ¿Habría sido atacado por hordas de rufianes bebedores de Nestea? Nos preocupamos, sí, pero había cosas que hacer.

Caía la noche y teníamos miedo que se calentara la cerveza. Urgente era encontrar posada y alojo, mesnada y refresco. Y tan cierto como que la cebada es un producto divino, la encontramos. ¡Y cómo estaba la posada! Suelos cerámicos, carpintería de madera, ventana con imágenes, reproductor de imágenes, cocina, patio, terraza, nevera, microondas, horno. Empezamos a corretear por la casa como barrilungos con local nuevo y empezamos a olvidar nuestras cuitas. «Mete brebaje en el congelador para que se enfríe rápido» dijo uno mientras subía los escalones. «Sacar papa fritas que me he descubierto un poco de flacidez estomacal» apuntó otro. «oye, ¡qué hemos venido a jugar!» apuntó un tercero. Fue entonces cuando la vimos, de madera, noble, bien ‘plantá’ en sus recios troncos. Aquello no era una mesa de comedor como algunos querían creer. Se abría tanto que cabía incluso el módulo de Arhem del Advanced Squad Leader y para los que conozcan dicho modulo sabrán que esa es una de las distancias más largas de la creación.
No, aquello era arena, un lugar para el encuentro, el combate y la disputa…

Casi sin darnos cuenta, Inglaterra estaba en la mesa y cinco naves procedentes del espacio exterior, algunos aseguran que de Marte, caían en las ciudades más gordas. A pesar de las leyendas, ninguno de los marcianos era verde, los había negros, rojos, azules, blancos y amarillos. Fue una batalla disputada donde los efectos de las insidiosas bacterias humanas se hicieron notar muy al principio, pero al final, el marciano azul se alzó con la victoria. El resto de los marcianos nos miramos, había temor en nuestra mirada. «¡Nooooooo!» pensamos al unísono «¡Él noooooo!». Unos instantes antes de acabar la partida, apareció el caballero perdido (del cual nos habíamos olvidado) con una séptima caballera y una coca (casera) y eso nos explicó el retraso. Algunos dicen que el marciano azul aprovechó la desconcentración provocada por este hecho (la llegada del pastel) para hacerse con la victoria sobre su más acérrimo rival (el marciano rojo). Sin embargo, este narrador opina que la victoria fue merecida, aunque comprende y entiende, ya que hay bastante fundamento para ello, que haya marcianos que piensen eso, en concreto el marciano rojo. [Aclaración: el marciano rojo y el marciano azul acabaron empatados, pero el azul se alzó con la victoria por una incompresible regla sobre desempates incluida en el reglamento por un absurdo creador de juegos.]

Olvidada la tensión y siendo ya siete, los viajeros se aprestaron a cenar. Diríase que nunca antes yantaron pues hicieron e ingirieron tortillas, pizzas, lasagnas y unas cosas verdes que ponían en el centro de la mesa, que casi nadie había pedido, pero que todos comían con pasión. Es difícil describir la sensación, pero intentarémoslo. Imaginad que os habéis levantado a las 7 de la mañana, habéis ido a trabajar, habéis comido, habéis viajado 50 kilómetros, habéis jugado una partida y habéis cenado hasta salir la comida por las orejas… ¡Así nos sentíamos nosotros! ¿Y qué haríamos a la noche? Lo que hacemos todas las noches… tratar de ganar otra partida.

Esta vez fue Colditz el lugar elegido para nuestros lances. El marciano azul se convirtió ahora en el alemán y el resto de nosotros acabó emparentado con alguna que otra nación. Al principio, a este humilde narrador, le tocaron los franceses, pero rápidamente los cambió por los polacos que son una nación mucho más interesantes. No tuvimos en cuenta, sin embargo, que el ahora barrilungo nazi tenía experiencia en esto de las vigilancias policiales y nos tuvo toda la noche a la voz de «¡a ver, los papeles!» «No me formen corrillos» «No circulen, no circulen». No se le escapó ninguno (gloriosa victoria) y mientras en el reloj de la iglesia daba las 4 de la noche y subíamos a nuestros cuartos alguno barruntaba: «¡No va a haber quien lea sus mensajes en un tiempo!»

El día dedicado a Saturno nos levantamos para descubrir entre nosotros que había una barrilunga hobbit. Cuando nos disponíamos a desayunar (magdalenas, zumitos, leche, etc.), ella ya iba por su tercer desayuno. Es lo que tiene levantarse a horas indecentes. Para bajar un poco los pastelitos, decidimos dar una vuelta de inspección a Yatová. Descubrimos parajes interesantes como la iglesia, el San Vicente Ferrer falangista, el arco o el antiguo pozo de las nieves que hoy se sigue utilizando para lo mismo, aunque la nieve es de otro tipo. Sin embargo, lo más interesante, para algunos, fue el descubrimiento de un estanco…

De vuelta al refugio, y como la vuelta no nos había cansado, decidimos dar otra vuelta por Suecia, aunque esta vez fuimos en coche, cada barrilungo llevaba dos. Volvían a competir la escudería azul, la escudería roja (ambas se hacían simpáticas señales con los dedos de la mano), la escudería amarilla, la escudería blanca y la escudería verde. Fue una carrera sin cuartel. Uno de los vehículos azules se escapó en los primeros virajes, pero sus neumáticos protestaron por la brusquedad de la maniobra (el piloto echó la culpa a los mecánicos). Le seguían a la zaga un coche amarillo y otro blanco, más los verdes y los rojos, pero estos últimos tuvieron que frenar por culpa de las maniobras de los verde que, estaba claro, les habían dado el carné en una tómbola. Los virajes se fueron sucediendo y las posiciones aclarando. Todo parecía indicar que escudería azul se dirigía hacia su tercera victoria pero entonces… en un intento de sacar de la pista a uno de los rojos el segundo coche azul se salió de la carrera y el primero, abrumado por la impresión se equivocó de marcha y se quedó corto a la entrada de una curva.

Esa situación fue aprovechada por los coches verde y amarillo que se pusieron a la zaga del azul que, incomprensiblemente, cometieron el mismo error de velocidad de su rival. Fue entonces cuando apareció la escudería amarilla con sus dos bólidos, apodados desde entonces rayos de sol, y adelantándolos a todos en la última curva y dejándolos con un palmo de narices (concretamente 10 cuadros) cruzó la línea de meta en primero y segundo lugar. ¡Doblete! La barrilunga amarilla saltaba de alegría y todos se alegraron, no por ella, sino porque se había roto la racha ganadora del barrilungo azul (¡por fin!).

La victoria fue observada desde la distancia por los barrilungos tardones que acababan de llegar, pero se regocijaron igualmente con la victoria de su barrilunga hermana y cuñada (respectivamente). El lector avezado habrá observado que nos faltaban dos barrilungas en Suecia, diferente a los tardones. Prefirieron seguir andando en vez de ponerse a los mandos de un coche de fórmula uno y se acercaron a ver una cataratas (cuya foto teníamos en el primer piso de la casa como descubrieron después). Viaje corto pareció, pero gratificante pues llegaron de buen humor y sonrientes. Este cronista que les habla no puede dar testimonio de dicho viaje pues estaba concentrado en no salirse de la carretera.

Anduvimos, condujimos, pues sólo nos faltaba yantar. Un cocido madrileño con sus guarniciones independientes, sus guindillas y las explicaciones innecesarias y pesadas del barrilungo madrileño sobre los uso y costumbres de la capital. La conclusión fue obvia: barrigas llenas y satisfechas. ¡Ah!, se me olvidaba, volvieron a poner cosas verdes en el centro de la mesa que nadie había pedido, pero que todo el mundo comió.

Algunas durmieron siesta, pero a otros, el ruido de más de 2000 toneladas de acero nos llamó de nuevo a la mesa. ¿quién puede dormir si le ofrecen ponerse a los mandos de un atlas? ¿Qué kurita podría descansar mientras el suelo sagrado de su condominio es hollado por la infecta raza de los clanes? No, no dormimos. PPC, Cañones, rifles gauss, afustes de misiles de largo alcance (de cinco en cinco dijo la voz de la cabecilla loca), de corto, AMS, correr, andar, saltar, ¡La muerte desde el cielo! todas aquellas palabras que antaño conocimos resurgieron de los oscuros rincones de nuestras almas y el peso de los zapatones metálicos retumbó en Yatová. El encuentro fue magnífico, las moles de acero se retorcieron de dolor cuando las salvas de misiles impactaban una tras otras en sus cada vez más deterioradas corazas y mientras, en el la caja de imágenes, Dune, la película, se desarrollaba para disgusto de nostálgicos (¡qué mal ha envejecido la película!).

La batalla dio paso a la cena: patés, quesos, pollo relleno de pasas y piñones. Todo delicias de Gourmet mientras los comensales se iban introduciendo poco a poco en los papeles de sus personajes del ‘Regreso de «Hal» Coppone’ (también conocido como Coppola en algunos momentos de la velada). El pobre Hal había desaparecido y muchos pensaban que estaba muerto. Su dinero había desaparecido y en aquel tugurio, una avispada mafiosa, nos había encerrado para descubrir quien había intentado matar a Coppone arrojándole una bomba en el coche, quien lo había intentado matar en un hotel cercano y había acabado con la vida de un doble por error y quien se había apoderado del dinero de la caja fuerte que sólo Coppone sabía abrir. Cuatro hombres, cuatro mujeres, siniestros pasados y siniestros presentes. Sin embargo, la pregunta que subyacía en la mente de todos era: ¿Cuantas válvulas tenía el jodío Packard que Molly tenía aparcado en la puerta?

No acabamos tarde (las 2), pero nos retiramos a dormir. Podíamos haber jugado alguna cosa más. A algunos se lo pedía el cuerpo, pero la prudencia (y algo más) tiró de todos nosotros hacia los catres. Acostarnos temprano no fue suficiente. Salvo la barrilunga hobbit que se levantó a su hora acostumbrada, el resto de los barrilungos no apareció hasta las once y eso que pusieron Mago de Oz a todo volumen en la escalera. Tras un par de «ueños días» entre dientes y tras unas cuantas duchas, los Barrilungos se aprestaron a la escalada del Motrotón.

Íbamos sonrientes y ufanos mientras el camino descendía hacia el río, pero nuestras sonrisas enmudecieron cuando vimos la ascensión, nuestro cuerpo se desfondó cuando intentamos seguir el ritmo de la barrilunga marchosa (‘es que si vamos despacio es muy aburrido’) y perdimos nuestras almas a mitad de la ascensión cuando el diablo nos ofreció un empujoncito para superar aquel tramo con un 85% de pendiente (o más). ¡Ah! pero al llegar arriba del Motrotón que sensación de… haber subido allí para nada. Por cierto, en cuanto tenga un rato llamo a la policía porque alguien ha robado los asentamientos prehistóricos de la cima. La barrilunga histórica dice que las cuevas de la cima (orientadas al norte) no podían ser prehistóricas porque ellos no elegían sitios tan inaccesibles ni que no estuvieran orientados al este (por la luz). Lo del este no lo discuto, pero si el valle estaba lleno de bichos como los de las películas, yo sí hubiera cogido aquellas cuevas de la cima del Motrotón.

Al regresar de la excursión, todos estaban cansados. Algunos dicen que no, que para ellos eso era una ascensión normal de un día de peregrinaje caminero, pero este narrador que les escribe no puede dar fe a sus palabras. Los seis litros de cerveza que nos plimplamos tras el esfuerzo, dan testimonio de lo descansados y frescos que estábamos. Hicimos lo que se llama una ‘comida del día del pobre’. Es decir, coger todo lo que quedaba en la nevera, ponerlo en la mesa y atacar. Y atacamos. Doy fe. Sobró comida, pero bastante menos de la que uno hubiera imaginado la noche anterior. La sobremesa se llenó de charlas interesantes sobre la situación internacional, la adopción de niños, el matrimonio, la homosexualidad, etc., pero se notaba que estábamos cansados y tristes porque el fin de semana de las rolilungas tocaba a su fin. Empacamos, cargamos los coches y regresamos.

Eran las siete de la tarde, siete; nueve Barrilungos saciados en pos del descanso. En llegando a destino, el barrilungo conductor de mi carruaje me dijo: «Por cierto, barrilungo escriba, es Yátova, no Yatová». Pero no le hice caso. Yátova es un nombre feo, real, mundano, pero Yatová trae a mi memoria los paisajes de los que fue, los recuerdos de un lugar mágico con coches de fórmula uno, con moles de 100 toneladas, con gángster, con gusanos de arena, con campos nazis. Yatová es un lugar mágico, como Vettera, Tatoine o la mismísima Naboo.

El año que viene, regresaré a Yatová, aunque la ciudad sea otra con otro nombre real y mundano. Para mi siempre será Yatová, las rolilungas de Yatová, el lugar de los cuentos y de la fantasía donde dicen que, una vez, los barrilungos hicieron hasta deporte.

Fdo: barrilungo escriba

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