Juego | Pathfinder |
Fecha | 22/06/2011 |
Campaña | Rise Of The Runelords: Burnt Offerings. 5ª Sesión. |
Lugar | Manises II |
Asistentes | Juan (DJ), Leo (Mærvin), Lohen (Cionaodh), J.C. (Karil), Perico (Saia). |
Diario de Karil
Volvimos al pueblo donde nuestras heridas nos parecieron menos graves, pero nuestro corazón aún estaba temeroso de los que habíams vivido. Muertos que se levantan con el poder de un mago kobold loco. ¡Y sin el paladín en nuestras filas! Lo encontramos en la taberna, ligeramente afectado por la bebida o por la charla de Riilka (que también es posible) y nos sonrió con esa sonrisa carente de inteligencia que sabe poner cuando tenemos ganas de golpearle. Como siempre, no lo hicimos. Pusimos al herido, el miembro moribundo del campamento que había servido de cebo con tanta efectividad, al cuidado de la curandera (seguimos sin fiarnos mucho de la clériga). Descansamos una noche, algunos nos aseamos en la tina de aguas jabonosas de local (debo decir que no todos; su argumento fue que los muertos vivientes huelen peor).
Volvimos al campamento maderero de tan infausto recuerdo cuando ya el sol se alzaba un puño por encima de las copas de los árboles y, esta vez sí, el paladín venía con nosotros, aunque su mente parecía que seguía en otras cosas. Esos profundos pensamientos de los paladines que, a veces, los aíslan del mundo y les hacen interiorizar la propia esencia de sus almas. Sí, querido lector… estaba un poco atolondrado.
Desde el campamento seguimos las huellas dejadas por los atacantes. Nadie insinuó que fuéramos por el túnel del Nap Kra (buenos chicos). Cruzamos el bosque y desde la distancia observamos una extraña estructura compuesta de dos edificios semiesféricos de extraño aspecto. Hemos visto cosas raras a lo largo de nuestra corta vida, pero dos edificios de perfecta geometría nos causan más intranquilidad que miles de castillos de góticas formas, laberintos de enredaderas que ignoran al gnomo o molinos de harina que se convierten en guaridas de kobold. Ni que decir tiene que nos acercamos… ya que habíamos llegado hasta allí. Además, no debemos olvidar que hay un ejército de muertos vivientes en formación (o eso creemos) y que nuestra mejor opción es acabar con ellos mientras se levantan de sus tumbas, no esperar a que se hayan levantado. ¿Caballerosidad? Creo que la dejamos en el pueblo con Riilka.
A la entrada de la primera estructura semiesférica, la más pequeña de las dos, había una piedra con extraños grabados que nuestro Cionaodh afirmó que eran antiguos. Bueno, eso podría haberlo dicho yo viendo el estado de erosión de las piedras y de las runas. O era muy antiguo o todos los bichos del lugar se restregaban contra la piedra cada vez que pasaban. Le miré esperando que nos dijera que ponía, pero me volvió a lanzar esa mirada de: «te crees que soy el Google Translator.»
No entendí a que animal mitológico se refería, pero no pregunté pues mis compañeros estaban entrando en la primera semiesfera. «Es pequeña, ¿porque no la rodeamos y vamos directamente a la segunda?«, pero mi pregunta quedó suspendida en el aire unos segundos para ser devorada por la irracionalidad. En la entrada, protegidos por dos gruesas cortinas que ocultaban la luz, dos sombras nos atacaron… bueno atacaron a los que entraron primero (¡curiosones!) y los demás tuvimos que entrar a salvarles. La luz mágica de mi bastón guió los golpes de mis aliados y con presteza (y una efectividad a la que no estamos acostumbrados) acabamos con los enemigos.
El interior de la sala también era semiesférico y reflejaba un cielo lleno de nubes. Lo que no dejaba de ser una interesante paradoja: ¿para que construir un techo si luego lo pintas como el cielo abierto? Y fíjate esa nube… está tan bien dibujada que parece como si se moviera. ¡Y cómo se movía! Pues no va la jodía y se nos materializa como un elemental del aire con algo de cabreo. Tortas, soplidos, resoplidos y algo de fortuna nos permiten convertir en una ligera brisa mañanera al enemigo, pero Cionaodh y Mærvin quedan bastante tocados. Entre estertores de dolor, Cionaodh nos cuenta que nuestro atacante era un velker. Se lo agradecemos, pero le pedimos que no se esfuerce, que descanse mientras el paladín utiliza sus conocimientos para remendarlos un poco.
Ha llegado el momento de volvernos al pueblo y volver con más refuerzos… ¡Eh! ¿Pero que hacéis entrando en la segunda semiesfera? ¡No os habéis dado cuenta que en la primera casi nos matan! ¡Estáis locos! Sí, definitivamente, están locos.
La primera sala de la segunda semiesfera es rectangular y tiene tres salidas (sin contar por la que habíamos entrado) en cada una de las paredes. El suelo está lleno de agua. No me gusta nada… aire… agua… esto huele a un elemental de agua por todos los lados. A veces creo que soy el único que tiene olfato para estas cosas. La mitad de mis compañeros se habían colado por la puerta de la izquierda, los otros, a los que siempre les gusta ir por la derecha, habían tirado por la otra puerta. Yo miraba el agua, había algo extraño en ese agua, como si nos observara, podía oír los tambores, cientos de tambores en los abismos…
– ¡Eh, mira, un esqueleto en un sarcófago! – oí a mi izquierda
– Gñññ, gñññ – oí al paladín babeando a mi derecha.
Saia estaba a la izquierda, eso debería contener al esqueleto cuando se les levantara de la tumba. Así que me fui a la izquierda a ver qué demonios estaba pasando con el paladín. Y en efecto, había un demonio, en forma de mujer, que había dejado a nuestro apuesto amigo en el estado mental de un adolescente. Yo, que soy más inmune a los efectos de la belleza femenina (y no digamos al encantar personas que usan algunas), pude escaparme de su mágico halo y decir unas palabritas: ¡Paladín, demonios, no ves el perro y la flauta! Y mano de santo, el paladín rompió el hechizo que la mujer tenía sobre él, sacó lo que el llama «su defensa» (una espada bestial) y ris ras, problema resuelto.
No pudimos festejar la victoria y corrimos rápidamente a la izquierda donde esperaba encontrar a mis amigos rodeados de esqueletos. Me sorprendió que no fuera así. Es raro, porque no suelo equivocarme con estas cosas . Allí estaban, con el esqueleto tirado por el suelo, un arma en la mano de la que discutían su calidad y otros sarcófagos profanados… ¡Están locos! Recompusimos como pudimos el osario y los sarcófagos y el paladín realizó una bendición del lugar para evitar que los que allí yacían nos guardaran resentimientos.
Superada esta fase de descontrol y desorganización grupal, proseguimos camino por la puerta del centro de la sala del agua (donde, como sabéis, el elemental del agua no tuvo valor de salir y enfrentarse a mí). Nos topamos con unas escaleras que descendían. Acababan en una extraña sala: la primera zona tenía forma triangular, con un vértice en la escalera, y los lados de ese vértice se abrían formando como escalones verticales de gran altura. En el último de esos escalones había humanos encadenados a la pared, muertos lamentáblemente. Frente a ellos, había cadenas vacías, posiblemente esperándonos a nosotros. En el tercer lado del triángulo había una oquedad que daba paso a una segunda sala también ligeramente triangular con un altar en el lado más alejado. Todo el suelo estaba lleno de cadáveres, algo desagradable de ver, dos kobold montaban guardia frente al altar donde un humano estaba preparado para un sacrificio. Un tercer kobold, con una corona, se preparaba para oficiarlo… ¡Un momento! ¡Es el maldito kobold que nos preparó la encerrona en el campamento de los madereros! ¡Y se dispone a acabar con un humano para hacer no se qué ritual perverso! ¡SIN NEGOCIACIÓN! (que podría ser, perfectamente, nuestro grito de guerra)
Ni que decir tiene, que los muertos del suelo se alzaron de su posición y que alcanzar el altar fue una carnicería de miembros destripados, brazos cercenados, sangre, vísceras y mucho rol de la vieja escuela. A pesar de que el paladín estaba con nosotros (y la justicia que diría él) nos dieron lo que no estaba escrito y a duras penas sobrevivimos a ese combate. El humano del altar no sobrevivió, pero tampoco lo hizo el kobold de la corona. Esta vez sí, creo, hemos acabado con él. Y nos hicimos con su arma [hacha de guerra adamantinum +2] que era la responsable de la mayor parte de nuestras heridas. En el maremagnum de cuerpos mutilados que nos rodeaba era difícil distinguir a un kobold de otro, pero teníamos que haberle matado, ¿dónde podría haberse metido si no?
Habíamos terminado. Si aquel kobold era el responsable de los alzamientos de los difuntos, habíamos eliminado la amenaza. Falcon Hollow volvía a debernos una. Saia le echo un vistazo al altar. La fabricación del mismo le llamaba la atención y tras unas dudas dijo: «parece como si…! ¡Y el altar se desplazó dando paso a una entrada hacia el abismo…!
¡Noooooo!
(continuará)
¿no ves que es un perro con una flauta? xDD